La Realidad de las Visitas

Por Valeska Orellana, Voluntaria de Leasur

Toda persona privada de libertad, cumpliendo una condena o en prisión preventiva, tiene el derecho de visita. Ésta tiene como finalidad el fortalecimiento de los lazos afectivos con sus redes de apoyo, además de comenzar progresivamente su reintegración al medio libre, abriendo la comunicación entre los encarcelados con sus familiares y amigos del mundo exterior.

A pesar de que existe este derecho, se reconoce el hecho de que llegar a la visita es un paso que no todos estamos dispuestos a dar, más allá de los vínculos sanguíneos o familiares que nos unan con quienes queremos visitar. ¿Por qué nos ocurre esta aversión a la visita? ¿Qué tanto sabemos sobre el proceso de visitas?

Foralmente, las visitas se encuentran reguladas en el reglamento de los establecimientos penitenciarios, donde se describen los distintos tipos de visitas a las cuales tendría acceso el interno, como lo es la visita ordinaria, conyugal y extraordinaria. Sin embargo, en la práctica visitar a una persona privada de libertad va más allá de lo que menciona el reglamento.

Por ejemplo, está el proceso de enrolamiento, seguido por una revisión y control de los alimentos o artículos que se quieren ingresar en estas visitas, con un modo de hacer esto que varía dependiendo del centro de cumplimiento penitenciario. Además del estigma de ingresar a una cárcel, se suma el trato degradante de los registros antes del ingreso, ya sea el registro corporal como de los alimentos que ingresas. Y es en este proceso de revisión se refleja lo arbitrario del actuar los funcionarios, ya que los registros no son siempre igual para todos.

Personalmente, he visto personas que no han podido ingresar una botella de agua mineral con sabor a granada porque en ese recinto solo se ingresan bebidas y jugos néctar de durazno-naranja. He visto a otras que llegan con queso laminado en su envoltorio, que tampoco van a poder ingresar por no ir dentro de un pan. Pero, lo más grave no es ver cómo tienen que devolver los alimentos a la custodia. Lo más fuerte es observar  esas caras con esa molestia, esa tristeza, y ese esfuerzo frustrado que ha significado para esa persona llevar esa botella de agua con sabor o ese queso a su familiar. He visto el cuestionamiento de tu cuerpo que hacen los funcionarios, he visto la vergüenza que te hacen pasar cuando leen tu carta de amor en voz alta frente a otras personas. He visto cómo a algunas las hacen agacharse y a otras no.

Qué decir de las largas esperas afuera de los recintos. La costumbre carcelaria que predomina tanto dentro como fuera de la cárcel se hace notar. Los años que llevas asistiendo a la cárcel te dan tu lugar en la fila. Ese contacto que uno va generando con aquellos que también visitan a sus familiares. Cuando pasamos por fuera de una cárcel, vemos esos roces, ese cansancio de quienes esperan afuera, y nos sentimos distantes e incluso atemorizados. Pero cuando somos quienes esperamos visitar, la cosa cambia, nos volvemos uno más y comenzamos a pasar por los mismos problemas que aquejaban a los primeros. Aparecen las preguntas: Después de toda la espera, ¿puedes quedarte sin la posibilidad de entrar? ¿Querré o podré volver otra vez?

Relacionado a lo anterior, también se nos quita el tiempo que pasamos con nuestros familiares. Por ejemplo en una visita de 09:30 a 12:00, debiera entenderse que desde las 09:30 podemos estar con nuestro familiar, pero sabemos que a esa hora recién se abre el portón para hacer ingreso a la sala de registros. Dependerá de tu llegada, de la hora que haces ingreso y de qué tan proactivos son los funcionarios, para poder aprovechar lo más posible ese tiempo con tu ser querido.

Por ende, podemos conocer todos nuestros derechos, qué es lo que se puede hacer o cómo se debe realizar el registro, por medios tecnológicos y no intrusivos, pero en la práctica terminamos cediendo a que nos registren de acuerdo al funcionario de turno, y pasa cuando se nos dé el permiso. Esto pues estamos en una posición desigual. Por lo tanto, la visita al recinto dependerá de las exigencias del funcionario que se encuentre en el ingreso. Así, ¿quién va a estar exigiendo sus derechos?

Todas estas trabas dan a lugar a dos consecuencias graves. La primera es que generan que muchos internos no tengan visita o prefieran que sus familiares no los visiten debido a lo que significa ingresar a una cárcel. A muchos los dejan cumpliendo su condena en solitario, y aquellos que tienen pareja viven con el temor de que un día sus visitas se aburran de los registros y del trato de los funcionarios, o que los dejen, Algo que, en la práctica, pasa. La segunda es que, en la práctica, dichas trabas hace que en la práctica, quienes cumplen condena en la cárcel es tanto el interno como su familia. Los familiares que están afuera viven también pegados a las rejas, preguntando si su familiar está bien, si comió, durmió o pasó frío; o simplemente si estuvo involucrado en alguna pelea y se encuentra con vida.

Qué más puedo decir. Con todas estas falencias terminas por acostumbrarte y naturalizar las situaciones humillantes. Pero valoro a cada una de esas personas que se ‘’paquean’’ –en jerga carcelaria-, a sacrificarse visitando a alguien en la cárcel y asistiendo a sus familiares presos. Porque cuando llegamos al patio, y nos recibe esa persona con un abrazo o un beso, en ese momento, sentimos que todo lo que tuvimos que soportar ha valido la pena y que tenemos 7 días para volver a empezar.

*Para simplificar el texto, se ha escrito todo en masculino, pero la reflexión incorpora distintos tipos de identidades sexuales.

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